Aprende a mover las piezas |Randall

No se podía negar que aquella tarde presentaba una magnífica ocasión de pasar el día en los jardines o en el hermoso lago de la escuela. El sol brillaba con fuerza en el horizonte sin llegar a desprender demasiada sensación de calor. Aquel sol era ideal para dejarse tostar la piel con sutileza durante unos cuantos minutos; era invierno y aquello no era habitual por la fecha. Aquella estampa era de agradecer.

Randall se encontraba algo sudoroso y acalorado, pero portaba con orgullo aquel uniforme deportivo de tonos verdes que muchos deseaban poseer. Al esfuerzo realizado durante su entrenamiento de Quidditch, había que sumarle el gran trabajo que le estaba costando llevar todo aquello a pulso y sin ayuda de la magia – Maldigo la idea de haber dejado la varita en el cuarto – El joven Wright era un ser bastante predecible y rutinario, como un buen animal de costumbres, Randall se marcaba una regla que seguía a rajatabla antes de cada entrenamiento en el campo de juego: dejar la varita a salvo en su baúl para evitar que esta fuera dañada. Desafortunadamente experiencias previas le habían hecho tener que buscar una nueva aliada con la que hacer uso de la magia.

Los escalones parecían interminables y cada paso resultaba una auténtica odisea. En momentos como aquellos Randall se percataba de lo solo que realmente estaba. Decenas de alumnos, chicos y chicas de distintas casas, se cruzaban ruidosos en su camino. Nadie, absolutamente nadie, se paró ni un instante a ayudarle con todo aquel material, escoba y baúl con diferentes esferas de Quidditch. Randall era un ser solitario y apenas trataba con su hermana y algún que otro miembro de su casa.

Atravesando los largos y oscuros pasillos del cuarto piso reconoció una silueta que le era familiar, Rosie Huntington. La joven Huntington era una vieja conocida para Randall, era una chica de su edad, procedente de una familia respetable. Randall compartió vivencias y cursos con ella; del mismo modo realizó encargos para lo orden firmados con el apellido que le proporcionó su padre. La chica era una joven exuberante que se hacía notar, sus facciones eran agresivas y felinas, sus curvas despertaban deseos y recelos entre gran parte de los moradores de Hogwarts. Randall había hablado con ella y con su padre en varias ocasiones, así que pese a su carácter no le costó volver a hacerlo. – Hola Rosie, ¿me permites una calada? – El chico apenas sin aliento, deseaba sentir un poco de tabaco recorriendo su cuerpo antes de seguir su rumbo hasta el armario con el material de Slytherin. Con poco tacto, Randall dejó caer sus pertenecías al suelo.

La chica no parecía querer esconderse del profesorado, simplemente, miraba distraída de un lado a otro buscando quizás nada en concreto. Por su parte, Randall daba un puntapiés al resto de su equipaje que yacía, sin orden alguno, en el suelo para así terminar de desbaratar todo aún más. La joven Huntington fumaba con elegancia y soltura; Randall sabía que no era su primera vez llevándose un cigarrillo a la boca. Ya habían compartido algún que otro paquete de tabaco.

La chica retiró el cigarrillo de la comisura de sus labios, lo sujetó con dos dedos y se lo entregó a Randall, quien agotado, poco tardó en llevárselo a sus labios. Randall notó la humedad de los labios de Rosie en el filtro del que ahora sería su cigarrillo. – Te lo agradezco enormemente – El chico de pelo dorado soltó una figura de humo y luego, dio otra calada.

Rosie era una vieja amiga y sabía a la perfección que Randall jugaba en el equipo de las serpientes; pese a ello, al joven Wright tenía la sensación de que la serpiente le miraba extrañada por sus pintas – Pues como verás –dijo tras esbozar una leve sonrisa – acabo de terminar el entrenamiento. Y si te ofreces, no te podré decir que no. No llevo la varita encima. – La chica de túnica verde se había encendido otro cigarrillo así que Randy aprovechó la situación – Pero primero fumemos tranquilamente, necesito un pequeño descanso.