Casting para {Raymond Schneider}

Abrí un ojo con expresión irritada, como casi todas las mañanas de vacaciones, en las que el sol me pegaba con sus rayos en pleno rostro en cuanto salía. Arrugué el ceño y me senté en la cama, fastidiado por el hecho de empezar otro aburrido día. Me puse de pie y caminé descalzo hacia la puerta, para salir al pasillo aún medio oscuro por las cortinas echadas en sus ventanas. Las abrí al pasar distraídamente, y pateé una quaffle vieja que estaba en medio del salón sin darme cuenta. Le dio al mueble donde mamá tenía la fotografía de papá en precario equilibrio, por lo que se tambaleó un poco.

Suspiré y me acerqué al espejo con marco elaborado del salón, y me miré allí, con los ojos entrecerrados, de pie solo en el salón. Era casi increíble que tuviera dos copias en este mundo que lucían idénticos a mí. Hasta los tres despertábamos con aquellos cabellos terriblemente desordenados por la mañana. Me acerqué y me miré con más atención, buscando alguna línea o alguna marca, o siquiera alguna mueca o expresión que no me fuera ya conocida por haber visto toda mi vida el rostro de mis hermanos. Alcé las cejas en un gesto muy Florencio, y luego arrugué los labios en un gesto de frustración que me hacía parecer Anacleto. Le tiré con fuerza un cojín al espejo y me fui como una tromba del salón.

Una vez en la cocina, tomé un poco de leche y nada más. En las mañanas no podía comer nada, además que se habían zampado todo ayer noche y nada había para el resto del día. Nuestra madre jamás se había preocupado de menudencias como si había o no comida en casa. Suspiré y llené un vaso grande con agua, y luego otro, y me dirigí al cuarto de Anacleto para tirárselo encima, luego desaparecí y aparecí en el cuarto de Florencio y luego ya desaparecí y volví a aparecer en lo más recóndito del jardín. Ya era hora que despertaran, y para cuando me encontraran ya estarían lo suficientemente furiosos como para poder hacerles más bromas. Y claro, quizás también pagaría caro mi osadía.